Sergio Ramírez Mercado hace el lanzamiento de su más reciente novela en Managua. Se trata de El cielo llora por mí, una apuesta policial para un escritor que ahora se ve sometido a la censura por parte del gobierno del Presidente Daniel Ortega. Nota escrita por Pablo Gamez y publicada el 11/12/2008 en la web de Radio Nederland.
Es cita de intelectuales en Managua, el lanzamiento de la novela de Sergio Ramírez es punto de encuentro de festejo de importantes exponentes de la cultura de este pequeño país centroamericano.
El cielo llora por mí es distinta a las otras novelas del otrora vicepresidente de Nicaragua. Ya en Castigo Divino, una de sus obras más emblemáticas, se asomaban elementos de la novela policial, pero en El cielo llora por mí la apuesta policíaca es completa.
Trama del narcotráfico es la que aborda Ramírez; realidad que se siente en toda la región Latinoamérica. Y Nicaragua, por su posición geográfica, funciona como puente entre la masa continental del Sur y del Norte.
La nueva novela llega en un momento particularmente difícil para intelectuales como Sergio Ramírez, ahora perseguidos por la censura del gobierno del Presidente Daniel Ortega, castigando a los disidentes que lo critican y cuestionan la manera de gobernar.
A la lista se suman los hermanos Mejía Godoy, Ernesto Cardenal, los Chamorro y otros más. La disidencia de ideas parece no tener cabida en una Nicaragua que aborda el 30 aniversario del derrocamiento de la dictadura de los Somoza, bajo la égida de un gobierno que empieza a tener tintes de autoritarismo y demagogia.
En Managua conversamos en exclusiva con Sergio Ramírez.
Pablo Gámez: ¿En qué consiste su nueva novela El cielo llora por mí?
Sergio Ramírez: Es una novela policíaca, y es la primera vez que entro en esta rama de la literatura narrativa. Es cierto que en Castigo Divino se asomaban muchos elementos de novela policíaca, porque se trataba de la historia de un envenenador en serie, el cual un médico persigue hasta descubrir su juego. Pero la de ahora es una novela con las reglas de la novela policíaca, donde los protagonistas son dos policías en la Managua contemporánea, de la división antinarcóticos de la Policía Nacional, que se meten en los enredos típicos de un caso antinarcóticos de la policía.
P. G.: El del narcotráfico es un tema que domina a México, y a toda la región. ¿ Es casual el cruce de la ficción narrativa de su nueva novela con la realidad que se respira en las calles del continente?
S.R.: En la medida que un novelista tiene un menú de temas sobre la mesa de acuerdo con los hechos contemporáneos que le toca vivir, sobre todo porque la literatura latinoamericana ha estado muy ligada a los grandes escenarios de la realidad: antes fueron las dictaduras militares unipersonales, el terror de los dictadores; luego fueron los enclaves extranjeros de las bananeras, los mineros. Y hoy en día cómo no va a ser tema el narcotráfico, las migraciones forzadas de la gente que busca una mejor vida detrás del sueño americano, el tráfico de mujeres que se da en Centroamérica, desde Nicaragua, Guatemala, la prostitución como negocio, la corrupción como vicio gubernamental y luego el terrorismo, son temas que no pueden ser ajenos a la escritura, y sobre todo porque el narcotráfico utiliza a Nicaragua como un puente natural. Nosotros somos el puente entre la masa continental del Sur y del Norte, que es por donde pasa la droga. Entonces este escenario natural se vuelve explosivo, no como México donde ya se registra una guerra muy cruenta entre cárteles, el ejército, la policía donde está metida la corrupción del narcotráfico. Nicaragua es quizá un escenario más pequeño y por el momento más apacible. Porque somos un puente, le digo, no un mercado. México es un gran mercado en sí mismo, en esto también se ha convertido. No es solamente el paso de la droga hacia Estados Unidos, es también una plaza importante de consumo. Nicaragua es un puente, y tenemos que pagar por eso. Y la literatura está sobre eso.
P.G.: ¿ Y qué explica en este momento de su madurez literaria la apuesta por una novela policíaca, era algo realmente pendiente en profundizar?
S.R.: Yo creo que un escritor, por mucho que pasen los años, no desprecia temas y siempre está experimentando con distintos géneros y lenguajes. Yo no pienso quedarme en la novela policíaca, sino que he tocado esa tecla para saber qué sonido me da, y a lo mejor puede ser que yo continúe alguna vez por ese camino, pero no es mi camino exclusivo. He disfrutado mucho escribiendo esta novela, porque es un ejercicio de estilo, de conceptos, de ordenar la inteligencia porque las investigaciones de mis policías son cerebrales. Yo tengo que ir por delante del lector, tejiendo la red para que no me atrape a mí mismo en la red y deje de leer, y por lo tanto este es un ejercicio necesario de mi oficio como escritor.
P.G.: ¿ Y también necesario en la tradición literaria nicaragüense, hay otros antecedentes de la novela policial?
S.R.: En general la novela policíaca se ha visto como una novela urbana. Para que haya novela policíaca se necesita el escenario de una gran ciudad: Managua no es una gran ciudad, pero es la Managua donde actúa el narcotráfico. Por lo tanto yo he creado una Managua para esta novela, una Managua que es el reflejo de una Managua real y que no deja de ser literaria.
P.G.: Lo novela llega en un año particularmente fértil en las letras hispanoamericanas. Se celebran distintos homenajes como el de Carlos Fuentes y Carlos Monsiváis. Da la impresión de ser un momento muy rico de la cultura literaria de Hispanoamérica, pero realidades como la del narco y el ritmo político la terminan por absorber.
S.R.: Creo que siempre ha sido así. No veo en la historia política del continente una década donde no hayan habido hechos políticos relevantes, desformantes o anormales. La década del setenta está llena de dictaduras militares en el Cono Sur, golpes de Estado, desaparecidos, cementerios clandestinos, todo ese horror que se vivió en los años setenta. Luego revoluciones como la de Nicaragua, antes las décadas de los años cuarenta, cincuenta, donde hubo otro tipo de acontecimientos dictatoriales, personajes extravagantes como Somoza, Trujillo, Pérez Jiménez. Me parece que siempre hemos tenido una dimensión dónde arar, porque ha sido una tierra muy fértil para los novelistas, no para los pueblos. En América Latina hay una relación inversa entre el sufrimiento de los pueblos y la anormalidades de la historia, y las ventajas que sacan los novelistas de estas anormalidades.
P.G.: Usted acaba de estar en la feria de Guadalajara, el homenaje más importante para Carlos Fuentes y Carlos Monsiváis.
S.R.: Dos hechos de gran relevancia, pero a la vez los 50 años de haberse publicado por primera vez La región más transparente, que para Fuentes fue una doble circunstancia que en México fue celebrada tirando la casa por la ventana. Algo que me impresionó mucho: que un escritor sea celebrado en vida, como un gran héroe de la cultura y que todos se hayan puesto de acuerdo, el gobierno, la oposición, el pueblo. También estamos celebrando el centenario del nacimiento de Machado de Asís, el gran novelista brasileño, quizá un tanto olvidado, pero una piedra fundamental de la literatura latinoamericana porque fue él quien abrió las puertas de la modernidad de la literatura latinoamericana ya en el siglo XIX.
P.G.: ¿Le cuesta a Ud. escribir en la Nicaragua de hoy?
S.R.: Cuesta porque me distrae. Yo no escribo con la persiana baja, escribo viendo lo que ocurre en mi país, y la situación es muy dramática, por lo que yo no soy ajeno a ese drama. Pero bueno, yo escribo, no hago vida política. Escribo sobre lo que veo, critico, sin abandonar mi labor de creación literaria. La política que le toque a otros.
P.G.: Parece haber una significativa represión contra intelectuales emblemáticos de Nicaragua: Ernesto Cardenal, Chamorro, los hermanos Mejía Gody, usted. ¿Hacia dónde va todo esto?
S.R.: Al cierre de los espacios democráticos. Yo no separo lo que está ocurriendo conmigo, con Ernesto, con los hermanos Mejái Godoy, con Luis Enrique y Carlos Fernando Chamarro, del fraude electoral y la represión en calle a palos contra los disidentes. Para mí es todo parte de lo mismo. Éste gobierno tiene una vocación totalitaria, un sentimiento de cerrar los espacios a todo lo que no sea suyo. Lo que ellos llaman la izquierda revolucionaria, que yo ya dije que no es. Ninguna izquierda es revolucionaria. Y todos los demás somos de la derecha. Y como tales tenemos que ser reprimidos: en la palabra, acción y en los espacios. Esto puede ir creciendo. No es ninguna fantasía decir que ésta es una argolla de hierro que se puede ir estrechando, porque no existe vocación democrática en este gobierno. Pienso que el comportamiento de quienes dirigen este país es incompatible con la democracia: pensar que todo lo que está en contra no es compatible conmigo, y que por lo tanto yo no puedo cederle espacios de poder, algo que nos está llevando al desastre.
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